Mejor es pues vivir dos juntos que uno solo;
porque es ventajoso el estar en compañía;
Si uno va a caer el otro lo sostiene...
Si duermen dos juntos se calentarán
mutuamente
y se defenderán del frío;
uno solo, ¿cómo se calentará?
Y si alguien acometiere
contra uno de los dos
ambos lo resisten y rechazan;
una cuerda con dos dobleces
difícilmente se rompe.
Eclesiastés 4: 9-12
A Miguel...
Desde que se aprobó la modificación al Código de Procedimientos Civiles del Distrito Federal el pasado mes de diciembre, con la cual se permite a las personas del mismo sexo contraer matrimonio en el ámbito jurídico de la Ciudad de México, los líderes de los principales cultos en nuestro país han hecho manifiesta su inconformidad al respecto y han sumado esfuerzos para intentar echar abajo una reforma que, a todas luces, coloca a nuestra capital en la vanguardia legislativa por ser ésta misma un paradigma de la igualdad de derechos entre ciudadanos sin ningún tipo de discriminación; así pues, los líderes religiosos que sustentan su doctrina en las enseñanzas que manifiesta la Vulgata Latina, es decir la Biblia, han hecho énfasis en las ordenanzas que hiciera San Pablo cerca de 2000 años atrás en lo que respecta a los hombres que desprecian "el uso natural de las mujeres" y prefieren acostarse con otros hombres, así como de las mujeres que, en calidad de bestias, prefieren ayuntarse con otras mujeres en lugar de cumplir con sus funciones naturales y departir su tálamo con algún hombre.
Resulta peculiar el hecho de que, en un momento coyuntural como el que ha permitido la modificación de nuestro Código Civil en lo que toca al matrimonio entre personas del mismo sexo, las voces de los jerarcas religiosos se pronuncien en contra de tal modificación por considerarla una ofensa a los pilares de la sociedad, por considerar que dicha modificación ha sido inspirada por fuerzas oscurantistas que pretenden corromper a la humanidad y por considerar que, de proliferar los matrimonios entre personas del mismo sexo, la sociedad puede esperar sumirse en la perdición y conducirse al precipicio de la condenación; sin embargo, más peculiares resultan aún las contradicciones que hay entre la inspiración religiosa de los diferentes cultos existentes en nuestro país y las voces que han levantado sus jerarcas, así como también las graves faltas legales en las que han incurrido los ministros de culto por transgredir las disposiciones comprendidas en nuestra Constitución.
En primer instancia, los ministros religiosos se escudan en los argumentos emitidos por San Pablo en lo que toca al "nefando crimen de la sodomía" por considerar que las expresiones de amor diferentes a la heterosexual son antinaturales e implican la condenación del alma de todos los diversos sexuales; empero, el mismo "santo", a través de las cartas que dirige a los Tesalonicenses, Romanos, Corintios, Filipenses y demás, barrunta constantemente la rigidez de conceptos propios de un sistema patriarcal en el que la represión se hace plenamente manifiesta y la punición de los delitos queda en manos de los patriarcas que, herméticos en su ideología, aplastan con todo encono aquello que es contrario a su ley; para muestra un botón: baste con leer la primera carta que el "santo" dirige a Timoteo para entender cuál es el papel que toca a la mujer en el sistema patriarcal elucubrado por él [con inspiración divina, también según él], puesto que Dios manda que "las mujeres escuchen en silencio las instrucciones y óiganlas con entera sumisión, pues no permite a las mujeres el hacer de doctoras en la Iglesia ni tomar autoridad sobre el marido; mas esté callada en su presencia, ya que Adán fue formado el primero y después Eva como inferior" [1 Timoteo 2: 11-14]; así pues, cabría la posibilidad de pensar qué tan valederos son los argumentos que se exponen en el pilar de la religiosidad si estos, a todas luces, resultan contrarios a la igualdad de los seres humanos.
Pero hay más; en ninguna otra parte de la Biblia, salvo en los textos rescatados de este sembrador de odio, se menciona la condenación de los individuos por causa de su preferencia sexual, ni siquiera en el Pentateuco a propósito de la destrucción de Sodoma y Gomorra se hace mención específica alguna, pues por mucho que se quiera amañar la traducción, no existe ningún indicio fehaciente que haga alusión a las "perversiones" sexuales que, según la tradición, condenaron a las ciudades a su destrucción a manos del creador; a más de lo anterior, ninguno de los apóstoles que componen la versión del Nuevo Testamento refieren en sus narraciones alguna mención por parte de su maestro, Jesús de Nazaret, a propósito de la homosexualidad, y antes bien constantemente reivindican el amor al prójimo, la caridad, el perdón y, sobre todo, la humildad para con los seres humanos: humildad para considerar que lo que se sabe puede estar equivocado, humildad para pensar que no siempre se tiene la razón, humildad para pensar que acaso dios no ha elegido a alguien en particular para hablar en nombre de él a los hombres... así como también vivir en paz, sin fomentar el odio y la persecución.
Con todo lo dicho hasta este momento, cabe pensar que las opiniones vertidas por los jerarcas de las iglesias cristianas y católicas en nuestra capital sustentan su oposición a la mencionada reforma legislativa en algunas cuantas páginas de un libro que, en más de mil, apela constantemente al amor, a la concordia, a la hermandad y a la búsqueda de paz, así con uno mismo como con los semejantes; las opiniones vertidas por los religiosos, ataviados con los más suntuarios aditamentos, y luciendo sus galas en medio de la opulencia con un porte arrogante que ofendería la visión de aquél al que ellos hipócritamente llaman Mesías, me hacen recordar a aquellos mercaderes, fariseos y miembros del sanedrín que, por alejarse de la inspiración divina, fueron expulsados por el mismo nazareno del templo de Jerusalem hace casi 2000 años; en una doctrina en la que el amor y la paz deberían ser considerados como prioritarios para acercar a los hombres a la divinidad, actualmente se potencia un discurso discriminatorio y carente de humanidad por estigmatizar directa y descaradamente, a más de ilegalmente, a las personas que no han cometido ningún delito y cuya única falta ha sido el amar diferente, por estar en contra de las órdenes superiores de los ministros religiosos, con lo cual se olvidan las enseñanzas que deberían sustentar actualmente la religiosidad, y es que si Jesús de Nazaret jamás condenó la homosexualidad, ¿qué derecho tenía San Pablo, como un pelagato más de la grey, a condenarla? Acaso se diga que esos registros no llegaron hasta nuestros días por algún accidente, pero si la homosexualidad hubiese sido considerada por el Mesías como un crimen imperdonable, ¿no es lógico pensar que por lo menos alguno de los cuatro apóstoles del Nuevo Testamento debió haber hecho una mención puntual al respecto para salvar a los hombres de la condenación eterna?
Quede este texto como una reflexión a propósito de cómo la jerarquía religiosa se ha olvidado de los preceptos que inspiraron en un primer momento la igualdad y el amor entre los seres humanos, y que sirva para pensar la posición que deben ocupar los ministros de cultos en nuestra capital; quisiera terminar esta arenga con un par de consignas que escuché clamar a una lesbiana feminista el día que se aprobó la modificación al Código Civil afuera de la Asamblea Legislativa del DF y que, en lo sustantivo, ilustra la posición que deberían tener los religiosos en lo tocante a la intimidad: "Saquen sus rosarios de nuestros ovarios", "saquen sus sotanas de nuestras camas"... ¡Ah! Y, gracias al lector que haya soportado mi discurso y haya tenido a bien leerlo todo.
Comentario por El Goliardo. Coyoacán, Distrito Federal a 8 de enero de 2010. Colectivo Universitario Udiversidad. Cualquier comentario, queja, sugerencia, agresión o amenaza de muerte, favor de remitirla al correo electrónico "el_goliardo@hotmail.com"; con gusto la recibiré.
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