julio 24, 2013

Las concomitancias de la marcha

Las concomitancias de la marcha


El pasado 28 de junio se celebró en la Ciudad de México la XXXV Marcha del Orgullo LGBT, ocasión que serviría para que se echara la casa por la ventana. Sin embargo, la historia fue otra, muy diferente.
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Nadie puede negar que este año como ningún otro, la marcha registró un récord de asistencia, motivado quizá por la ocasión conmemorativa o como efecto de la ola de ventajas legales que la población homosexual, y sólo la homosexual, ha conseguido en cada vez más países: el matrimonio igualitario. Sin duda esta serie de hechos han contribuido a que millones de homosexuales en el mundo se sientan protegidos por la ley y se perciban a sí mismos como personas sujetas de derechos. Es lícito reconocer que gracias a la legalización del matrimonio entre homosexuales se han logrado ciertos niveles de empoderamiento por parte de los homosexuales. No obstante, la relación no se ha modificado, por lo que ante este empoderamiento, las reacciones adversas han sido cruentas y pronunciadas. Por desgracia, medir mediante los mecanismos legales la violencia hacia homosexuales, es muy difícil de realizarse; hace falta hacer un estudio cualitativo y profundo de la situación para reconocer los indicadores que nos hablen acerca de la homofobia creciente.
La visita de Bergoglio a Brasil, tiene que ver con una afrenta de los grupos conservadores de la región para tratar de detener la etapa progresista que vive Latinoamérica en la actualidad. En Brasil, por ejemplo, en 20 años, el número de católicos ha caído de un 75% a un 52%, situación que sin duda pone en riesgo al bastión más lucrativo de esta empresa confesional, la mina de oro que ha nutrido sus arcas y poderío durante más de 500 años y que gracias a la lucha de grupos como los LGBT, ha visto diezmada su feligresía, que ha optado por otras creencias o simplemente por ya no formar parte de esa religión; es decir, a la Iglesia católica se le aplica hoy lo que en política se conoce como voto de castigo. No se deja de creer en Dios, pero sí en sus representantes.
Como se ve, este año la marcha, en su 35 aniversario, tenía todo para ser la marcha más memorable de la década; por desgracia, los organizadores se encargaron de convertirla en una peregrinación doliente, casi en silencio, porque pretendieron realizar cobros ilícitos de los que no han rendido cuentas aún a la sociedad civil, porque argumentan que no tienen por qué hacerlo. Cabe mencionar que según ellos, el éxito de la marcha se debió a su gran poder de convocatoria, es decir, que si fueron muchos, fue gracias a ellos. Cuánto ego inflado con gas metano. Y por si fuera poco, el lema que debía ser el más impactante, terminó en la estúpida frase “Marchamos para protestar”. A quién haya elegido tal abominación lingüística, deberían regresarlo a la primaria.
Y mientras la derecha religiosa trata de cerrar filas contra la vanguardia latinoamericana y sus efectos, otra derecha se sirve con la cuchara grande al convertir los logros de movimientos sociales en mercancías, mercados y capital. Tanto la moral tradicional como la nueva moral consumista ejercen sobre el sujeto, en este caso homosexual, un peso que en ocasiones le resulta insoportable, situación que puede contribuir a una serie de válvulas de escape que tienen en jaque el sistema de salud en primer lugar, la situación estudiantil (bullying) y laboral de muchos. Lo cierto es que la legalización del matrimonio entre homosexuales ha contribuido más a una revitalización del conflicto, que ya estaba ahí pero latente, y del que no puede decirse que se trate de un efecto colateral mientras se avanza hacia delante. En la ciudad de México, el matrimonio no es garante per sé de derechos sociales, hay que acudir a varias instancias para hacerlos efectivos; sin embargo, la mayoría de los matrimonios entre personas del mismo sexo no han hecho valer sus derechos, sino que han optado por un matrimonio como reconocimiento social, es decir, a su concepción como ritual, no como contrato, lo que hasta hoy ha sido ignorado por grupos de activistas que dicen tener el monopolio de la organización de la marcha pero cuyo activismo nadie conoce y a nadie le importa. Dicen ciudadanizar una marcha pero ellos dictan quién, cómo y de a cuánto puede marchar bajo el pretexto de un supuesto trabajo a favor de los derechos LGBT que sólo les ha servido a ellos para asirse de la mamila presupuestal de gobiernos, organismos y empresas pero que de nada le ha servido a la gente de a pie, que ha salido todos los días a ganarse el respeto como ser humano en su trabajo, familia y escuela, para que su orientación sexual o identidad de género ya no sean considerados agentes de discriminación. Esa gente ha contribuido sin saberlo a que las futuras generaciones LGBT tengan más armas con qué defenderse y se aniquile de una vez por todas el estigma que pesa sobre la diversidad sexual.
A ellos, a todos ellos se les deben 35 años de lucha en México, a quienes hacen de la marcha una protesta de todos los días.
Por Carlos López López
Imágen: Xinhua

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